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Arnal Ballester: «La ilustración es un mensaje que se expresa en otro lenguaje»

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Premio Nacional de Ilustración en 2008, el barcelonés Arnal Ballester es ilustrador gráfico y profesor en la Escola Massana d’Art i Disseny.

Con la perspectiva de más de cuatro décadas de trayectoria, Arnal reflexiona en esta entrevista sobre el protagonismo que está tomando la ilustración –con un papel dual, entre lo estético y lo narrativo– sobre el transcurso de su carrera como preculsor de la disciplina y como no, sobre el futuro.


La ilustración se está imponiendo. ¿Cuál es tu diagnóstico de su estado?
Creo que se está visibilizando más y se debe a que los medios de comunicación y las redes han naturalizado la idea de que la ilustración es un arte con personalidad propia, con obras de calidad y de una complejidad extraordinaria. Ya era así desde hace años, tanto en edición de libro y prensa, como en comunicación visual, y hasta en el circuito de arte contemporáneo joven.

Mural en el barrio del Raval de Barcelona, un rincón que ahora es conocido popularmente como la «La Plaça dels Gats» (La Plaza de los Gatos). La acción formó parte del proyecto La Ciutat de les Paraules (La Ciudad de las Palabras), una iniciativa impulsada por un grupo vinculado al MACBA y apoyada por el Ayuntamiento de Barcelona. El muro, junto con los gatos, ha sido restaurado en dos ocasiones.

Tal vez sea porque ha habido un aumento de personas que la practican después de casi veinticinco años de enseñanza oficial de la disciplina y se ha producido un cambio de mentalidad generacional –que incluye a editores y directores de arte- que rompe con la idea de que la ilustración es una rama menor del diseño gráfico y que es una forma de creación y expresión autónoma.

Ahora bien, esta mayor presencia mediática, de valoración y uso social, no se corresponden con la precariedad material crónica que la caracteriza como profesión y que se agudiza con el tiempo.  

Además de su impacto estético, tiene capacidad para generar metáforas visuales y conceptualizar ideas, ¿cuál es su verdadero sentido? Hay distintas maneras de entenderla y practicarla. Una es la decorativista, más formalista, que no necesariamente excluye las cualidades que señalas, pero que pone el acento en el impacto de la imagen más que en el significado. Es la tendencia mayoritaria, creo, y la que mejor se adapta a producciones de uso efímero, incluyendo los libros ilustrados. Va asociada a la idea de que ilustración es dibujo ‘bonito’ –sea lo que sea que se entienda por ‘bonito’–.

Otra visión, con la que me identifico, es que es una forma de creación de significados a través de la imagen, que normalmente va enlazada con un discurso previo –narración literaria, ensayo, mensaje publicitario o de otra clase–, pero con la particularidad de que quien ilustra establece un diálogo de igual a igual con ese elemento textual, dando valor a la lectura propia. 

  

«Me interesan las obras que dicen mucho con lo mínimo. Mi meta era ésta y no sé si lo he conseguido»

Al igual que un artículo, un post, una entrevista o un libro pueden hacer que las personas se replanteen ideas y abran sus puntos de vista, ¿la ilustración también genera nuevos marcos de pensamiento? A esto me refería precisamente con la segunda variante, que hace que la imagen no sea un elemento prescindible o circunscrito al rol de pura atracción visual. Es un mensaje que se expresa en otro lenguaje. 

Pero no todas las personas están preparadas para enfrentarse a esta profesión, por lo que cabe preguntarse cuáles son las habilidades que debe tener un ilustrador. ¿Qué consejo darías a los ilustradores que empezan? No sé si son útiles los consejos desde la tribuna. Creo más en la reflexión sobre el propio trabajo cuando tienes al lado a alguien con experiencia. Evitas errores salvables o te equivocas a lo grande, pero luego sacas las conclusiones oportunas. O sea, una escuela. Encontrarla puede ser bueno si no se limita a ofrecer recetas técnicas adaptadas a la producción estándar.

Según mi experiencia, es importante adquirir un mínimo de habilidad con las herramientas de representación visual –de las que el dibujo es solo una más–, pero a base de echarle tiempo y cometer errores. Y aún más importante es entrenar capacidades no estrictamente técnicas, pero que marcan la diferencia: capacidad de lectura o compresión de textos y adquisición de una cultura visual lo más amplia y abierta posible. 

En contra de ello va la especialización excesiva, que hace que se busquen los referentes en el propio ámbito y una mirada limitada a los referentes generacionales.

La especialización y lo inmediato, vienen dados por el deseo de abrirnos paso cuanto antes mejor, cuando lo bueno necesita tiempo de cocción. A mí, al menos, estas cosas me han servido de mucho.

«He dedicado tiempo a estudiar autores que no me gustan, pero que entiendo que lo hacen muy bien. De ahí también se aprende»

Tienes una trayectoria prolífica y es interesante conocer cómo te asentaste en la profesión. Era un momento muy distinto, con un campo de producción más restringido, menos competencia y poca consideración social y mediática. Estoy hablando de finales de los 80 y principios de los 90. Y de este país.

En el imaginario común el campo gráfico se dividía entre diseñadores y dibujantes de cómics. Con estos últimos te llevabas muy bien, los diseñadores te miraban como el chico de los recados, y, en otra galaxia y salvando honrosas excepciones, los llamados artistas visuales, nos miraban a todos los demás como a seres poco recomendables. El caso es que ya se empezaba a romper con estos prejuicios mientras algunos cuestionábamos la vieja función del ilustrador como embellecedor de productos literarios o de otra clase.

Después de una primera etapa en la prensa de humor, decidí entrar en el mundo del libro ilustrado, que entonces casi se circunscribía al libro infantil y juvenil, pero me pareció un terreno con muchas posibilidades si pensabas en ese público como adultos diferentes y no como seres incompletos. Funcionó y me llegó un reconocimiento internacional que me facilitó las cosas. Paralelamente trabajaba en prensa, publicidad y diseño.

«Irrumpe la Inteligencia Artificial y suenan trompetas del Apocalipsis. Pero, como otras tecnologías, sus efectos dependen de quién la posee y con qué finalidad la maneja. Ahí se juega el futuro. Y no sólo en nuestro campo»

Mirando hacia atrás y hasta el día de hoy, cómo defines tu estilo y obra. Creo que esa definición toca hacerla a otros. Lo único que puedo decir, aparte del concepto de ilustración que he explicado, es que me interesan las obras que dicen mucho con lo mínimo. Mi meta era ésta y no sé si lo he conseguido.

Con la irrupción de la tecnología en prácticamente todos los ámbitos, ¿cuál es el futuro de la ilustración? Y, ¿ese futuro que vislumbras se amolda al que tú deseas que sea? La tecnología hace tiempo que irrumpió. El gran cambio fue el paso de lo analógico a lo digital, no solo por las herramientas si no, más aún, por la aparición del inmenso campo virtual por el que circulan los contenidos gráficos. Ahora irrumpe la Inteligencia Artificial, y parece que suenen las trompetas del Apocalipsis, pero como cualquier otra tecnología sus efectos dependen de quién la posee y con qué finalidad la maneja. Ahí se juega el futuro, y no sólo en nuestro campo. Pero no tengo manera de ver cómo se resolverá.

Desearía que esa tecnología pasara a nuestras manos para explorar su potencial creativo y desactivar el destructivo, que es el robo de creaciones y la sustitución de creadores por gente que procesará ese material en beneficio de grandes empresas. Pero no hay duda de que la ilustración seguirá cambiando porque los espacios de difusión obligan a replantearse no su función, si no la manera de desempeñarla; y se estancará si no se enfoca de una manera múltiple, es decir como imágenes-relato que se desplieguen también en movimiento y en acciones interactivas.

Hace como quince años, en la Escola Massana de Barcelona, decidimos introducir la animación en el taller de ilustración. A algunos les pareció fuera de lugar, pero hoy a todo el mundo le parece natural. Creo que hay que pensar en cambios equivalentes, pero de momento no sé cuáles. 

Cuando te llega un encargo de cualquier tipo, ¿cómo es tu proceso creativo hasta llegar a una conclusión gráfica? Empiezo con una lectura en dos fases. La primera muy despreocupada, como un simple lector, y la segunda, analítica, intentando descubrir los distintos niveles del relato –significados latentes, contradicciones, ambigüedades…– Creo que es este el nivel donde la ilustración adquiere sentido. Y empleo el término relato porque para mí define desde el texto de narrativa o de ensayo, hasta el mensaje sintético de una campaña publicitaria.

Lo siguiente es dibujar en un cuaderno, cualquier cosa, con lo que tengo a mano, sin filtros. Según los plazos de entrega, puedo estar así semanas. No defino las ilustraciones, pero saco cosas aleatorias, elementos, personajes, espacios, objetos, formas, e intuyo relaciones entre los elementos. Llegados aquí me pongo a construir con intencionalidad. La fase final, la realizo con tableta gráfica y sin bocetos, trabajando a partir de tres o cuatro elementos sueltos. 

Me apoyo en un proceso inconsciente porque es el que saca a flote todo lo que he absorbido en la primera fase. En la realización final, sin embargo, hago un trabajo de eliminación de todo lo que me resulta superfluo buscando esa síntesis máxima a la que me refería.

Un ilustrador es un creativo que, como todos, aprende de los éxitos y de los errores. ¿Cambiarías algo si volvieras atrás? Estoy seguro de que si hubiera cambiado algo, las cosas se me hubieran torcido por otro lado; me cuesta imaginarme sin mis meteduras de pata.

Quizás me hubiera gustado no ser autodidacta, pero al mismo tiempo he intentado transmitir mi experiencia a otros con mis clases en la Escola Massana de Barcelona durante treinta años. Vaya una cosa por la otra.


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